Por Gonzalo Reyes
Un cantautor mexicano, muy popular y contemporáneo, dice en alguna de sus canciones: “María, de todas las Marías… tan bella, que hasta te pareces a la madre de dios”. Bien, parafraseando a tan querido y polémico personaje, la María de todas las Marías de estos juegos olímpicos para México, sin duda alguna, ha sido Ma. Del Rosario, quien se colgó el único metal que le faltaba en estas competencias, por decirlo de alguna manera, para tener la triada de colores, de texturas, de simbolismos y significados, que no hace sino confirmar su empeño, su disciplina, su trabajo y su mentalidad ganadora, y de pilón, a muchos nos contagia de su alegría, de su notable esfuerzo.
En tres ciclos olímpicos en que ha participado,
logró mantenerse en los tres primeros sitios de estas justas, que cualquier
atleta de alto rendimiento, desearía conquistar, y ella, ella señoras y señores
míos, lo consiguió.
En este asunto de los matices, dicen los que
analizan esto de la plata y el oro, que no satisface tanto perder el oro —por
antonomasia obtener la plata— como ganar el bronce (vaya juego de palabras),
pero uno como buen aficionado al deporte olímpico y al espíritu del mismo,
celebra el triunfo de María del Rosario al colgarse una medalla más en su
disciplina, el taekwondo, en los juegos cuya sede corresponde a los dominios de
“La chica de Ipanema”.
¡Albricias! Ha confirmado su lugar en el olimpo
del deporte mexicano la María de todas las Marías del deporte mexicano: María
del Rosario Espinoza.
Sé de Lupita, lo que muchos supimos de ella, por
aquella imagen dramática de los panamericanos en Toronto, el año pasado, cuando
al cruzar la meta como campeona panamericana, prácticamente, se desfalleció. Y
aunque su corta carrera en la marcha mexicana estaba respaldada por triunfos importantes,
la verdad es que no muchos tenían esperanzas en ella o dicho con palabras más
reales, pocos creían en sus posibilidades de subirse al podio.
De las dos Marías,
de las dos grandes mujeres que han puesto su gramo de trabajo, su cuota de alegría,
su ejemplo destacado, quizás María Guadalupe González sea el mejor paradigma de
que la cosecha siempre será buena cuando se trabaja pese a todo y contra todo:
las lesiones, los agnósticos, los detractores, la falta de patrocinios (a pesar
de sus logros) y desde luego, las compañeras de oficio —no hay que olvidar que
reventó a dos de la chinas que venían trabajando en equipo para reventarla a
ella—.
Desde el banderazo
de inicio, Lupita tomó la punta y jamás la soltó, y sin ser experto ni mucho
menos, me parece que la china se la jugó al final y el juez no se atrevió a
descalificarla porque la inercia que traía al cruzar la meta no era la de la
marcha, sino la de una carrera. En fin, es solo el punto de vista de un
connacional (con todo el sesgo que implica dicha apreciación) que se enamoró de
la competencia que dio una mexicana, una compatriota que se convirtió en la
número dos del mundo, que no es poca cosa.
Enhorabuena por Lupita, por la Guadalupe de Río
2016, por la Guadalupe de los mexicanos amantes del deporte olímpico.
En estas olimpiadas, el nombre de María, adquirió
un nuevo significado: el del trabajo, el esfuerzo y la plata.
Para terminar, aquí la crónica rimada de ese día:
Marchó con el destello de la plata
marchó como una auténtica gacela,
tres chinas la escoltaban en su meta:
el oro olímpico en Brasil —la caminata—
y Liu, trotando... se quedó, esa presea.
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