Sobre
los amantes y la Luna
I
A una
luna sin inviernos
rinden
culto los amantes,
sin temor
y desafiantes,
se
columpian en sus cuernos.
Se
sacuden bravos tiernos
retando a
la gravedad.
Se
mienten con la verdad
sin
ninguna concesión.
Conviven
en su prisión
con
rabiosa libertad.
II
Luna, ensalzas sus entregas
de siluetas con aroma
inventándose el idioma
de la fe y las manos ciegas.
Como madre, no les niegas
el influjo de tus luces
cuando se ponen de bruces
y sus pechos humedecen,
en caricias que estremecen
a los mismos tragaluces.
III
Con hilo
de lunaciones,
ellos
tejen cada hora
en
encuentros de la aurora
con
añiles emociones.
No tienen
más pretensiones
que
asaltar un día más,
como
todos los demás,
renovando
su contrato
que con
tino y buen olfato
les confiere un blanco as.
les confiere un blanco as.
IV
A pesar de la cortinas,
no escapamos a tus ojos
y sin mayores despojos
que la ropa, adivinas
nuestros cuerpos sin vitrinas
amándose enloquecidos.
Somos roces y quejidos,
como gato y gata en celo,
saciando un salvaje anhelo
a la luz de tus latidos.
V
Nos gusta
mirar tus fases
cuando
hacemos el amor
y nos
toca tu fulgor
embrujando
nuestras frases.
Tu
defines nuestras bases
si
sonríes o te escondes,
o es que
enorme correspondes
roja o
pálida a nosotros.
Si montamos
en los potros:
“Yo los
miro”, nos respondes.
VI
Tú caminas hacia mí
con la luna que te viste
y un afán que te desviste
con silvestre frenesí.
Cuando loco voy por ti
esa luz que te trastoca
mi deseo descoloca
y se rinde a tus destellos.
Colocamos blancos sellos
y la piel se nos desboca.
VII
Estas
ahí, tan serena,
plagada
de taciturnos
amores que esperan turnos,
echadores
de la pena.
Das tu
ayuda a la condena
de vagar
en solitario
a quien
busca algún santuario
sin la
suerte de encontrarse
y el
deseo de brindarse,
un ritual
del cuerpo a diario.
©
Amarante M Matus
Le
cantas, Gonzo, a la luna
como un bardo selenita
y ella blanca te dedica
una mirada gatuna.
Tú a su vez, en oportuna
cabriola de buen juglar,
intentas otro cantar
que venza su timidez,
y ella en su redondez
se desnude en tu mirar.
Lanza hasta ti su reflejo
y te tatúa una nota
en la cítara que toca
un romance dulce y viejo.
Y tú te quedas perplejo
esperando a que ella baje
a confundirse en tu traje
y en tu cuerpo masculino
y así vestir, sibilino,
en tu piel su camuflaje.
Arrebato de Ovidio More
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