A veces huyo a refugiarme en
mis lecturas;
me pierdo en cuentos, en novelas o
poesía
para matar la incandescencia de
la umbría
—el odio, el miedo— con su vela
y sus criaturas.
Leer no alivia del insomnio y
las torturas
que a diario preñan la razón del
ser humano
pero me acerca al sufrimiento
del hermano
y me coloca a la distancia del
prejuicio,
lugar común de aquel que tiene
por oficio
andar en todo y condenar con
dura mano.
¿Me evado? ¿Corro ante la ola de las balas
que van y vienen en un mar de
confusión?
Tan solo busco una pequeña
transfusión
que aporte sangre con impulso a estas alas
que quieren paz, asimilar
noticias malas;
beber la tinta —solo así pueden
volar—
y toda vez que en un discurso
ajeno un par
de ideas puedan abrevar durante
el diálogo
entonces sí, verter el verbo y
su decálogo
sin burdo espíritu de Rey en un
altar.
Difícil es guardar mesura en
estos días
de red, alianzas y opiniones
muy correctas,
donde las reglas, no
excepciones, marchan rectas
y ¡Ay!, de aquellas que cancelen
membresías:
serán las brujas que arderán en
abadías
por renunciar en la palabra, a
cierto credo.
Algunos pocos se mantienen con
denuedo
y no claudican en su fe casi
infernal,
la vocación de descifrar en el
umbral,
toda verdad que ha de imponerse
con el dedo.
Ayer un niño que escupió la sal del río;
los ojos tristes, el temor en
un pequeño
que sin saber, creyó a la
muerte con su leño
en esa cámara que vio su
entorno frío.
Hoy toca a Francia que dé fe
del poderío:
la gran empresa de la imagen
cual conciencia
—segunda vez— que ejerce el
eco, la omnisciencia
en varios cientos de millones
cual borregos
que solo suman al debate como
legos
un like en face y una bandera
en su apariencia.
Habrá que hacer un algo más menos falaz
para entender que nuestro mundo
está podrido;
para salvar nuestra conciencia
del olvido
por cada muerte que sucede contumaz
que no aparece en el museo de
Alcatraz
por donde alguno se pasea cual
turista
que compra y luce el souvenir o
la revista
mientras la guía, brevemente, hace una pausa
para nosotros reafirmar la
noble causa
que en nuestro hogar, el occidente pasa
lista.
Y así firmamos más matanzas.
Consentimos
por ignorancia, que otra vida
no merece
un funeral con esa luz en la que
crece
un gesto noble en esta casa en
que vivimos.
© Amarante M Matus
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