miércoles, 24 de agosto de 2016

Diálogos con Dalia: choque de culturas en la playa.


Ellas no han elegido. No importa a quién mires, a ambas el machismo les ha impuesto el “uniforme”.


De un lado de la red está la egipcia Doaa Elghobashy, cubierta desde los tobillos hasta la cabeza, mientras que del otro está la alemana Kira Walkenhorst, vistiendo un bikini. La imagen refleja la realidad de lo que ocurre con las mujeres en el mundo.

En una foto vemos a Doaa Elghobashy, de Egipto, y a la alemana Kira Walkenhorst y en la otra aparece, Laura Ludwig con otra, o la misma representante ya citada de Egipto.

La frase al pie de una de las fotos da para el análisis y sin duda, resulta una inteligente provocación si reparamos en las comillas que el lector puede, no sé si deba pero de que puede, puede jugar con las connotaciones posibles, o sugeridas, por dicho recurso sintáctico.

Se trata de una ironía (si nos ponemos normativos, vamos, conservadores), un eufemismo (“simple” retórica) o es una metáfora, si apostamos por lo lúdico. Podría pensarse que la tradición cultural de cada país juega, determina, desde lo visual en ese entrecomillado o podríamos afirmar que la religión impone, al menos en una de las prendas (recuerdo una conversación donde mi amiga sostenía que todas las religiones son patriarcales, y si me apuran un poquito, recurriendo sin reparos a la narrativa feminista: falocéntricas).

Ciertamente a los machos nos han educado desde lo visual —a los machos modernos y post modernos— a disfrutar de la belleza del cuerpo de una hembra, que más allá de los estereotipos impuestos por la moda, sí responde a la dimensión del volumen y la proporción en sus formas (que conste que no empleo hombre y mujer para evitar un poquito la complicación del género). Qué sucede en el cruce de lo instintivo y lo, digamos, civilizatorio. Supongo gana por mucho lo primero que en el contexto de las fotos, de manera un poco simplista si se quiere, no está del todo mal si tenemos en cuenta que en Grecia, cuna de nuestra civilización y del olimpismo, existía un culto muy peculiar por lo físico, y no necesariamente por lo físico del cuerpo femenino (ni hablar, caí). El punto es si en verdad se trata de una imposición en la vestimenta de ambas atletas, desde una perspectiva machista, donde las asimetría de las relaciones de poder y dominación, ciertamente se inclina por una estrategia que apunta a reafirmar el dominio del patriarca, para ocultar ese cuerpo o para exhibirlo (digamos, explotarlo visualmente o preservarlo de la psique animal). Porque el gen del macho, el instinto del macho, nos guía a, desde lo visual, aparearnos con la mejor hembra (la biología lleva mano), pero la construcción del macho, nos obliga a dominar la hembra.

El apareamiento (el acuerdo) es un acto natural de supervivencia, es la preservación de la especie (el equilibrio entre los sexos);  el dominio es la imposición de uno sobre el otro, el sometimiento del otro a la voluntad de quien ejerce el poder, de quien domina en una pugna.

Dicho lo anterior y en el contexto del deporte que se jugaba, me parece estirar mucho la liga el decir que hay una imposición machista en la vestimenta de las deportistas de Alemania y Egipto. Porque la vestimenta de éstas últimas, tiene más bien que ver con determinaciones culturales, que juzgarla desde la visión occidental con una clara implicación de criterios unilaterales. Por otro lado, haciendo un pequeño matiz,  en estos juegos apareció un modelo de vestimenta parecido al de las egipcias, posiblemente determinado por una imposición, no machista sino comercial. En el partido de cuartos de final, la dupla brasileña conformada por Agatha Bednarczuk y Barbara Seixas se presentó al juego con un traje, de una sola pieza hasta los tobillos, negro y muy elegante que seguramente limitó el goce voyerista del macho, pero que a las atletas las dotaba de elegancia, y no sé si de comodidad.

En fin, se trata de un deporte en que las exigencias del mismo, justifican el bikini; no del todo, esos trajes completos de una sola pieza que va del cabello a los tobillos.

Tenemos que aprender a mirar de una manera distinta e integral a las compañeras, sí, desde luego que sí pero perder de vista le tema de fondo por una cruzada del otro extremo, es igual de nocivo que aquello que se pretende componer.


Por Gonzalo Reyes

domingo, 21 de agosto de 2016

Dos Marías en Río: Lupita y Rosario.

Por Gonzalo Reyes


Un cantautor mexicano, muy popular y contemporáneo, dice en alguna de sus canciones: “María, de todas las Marías… tan bella, que hasta te pareces a la madre de dios”. Bien, parafraseando a tan querido y polémico personaje, la María de todas las Marías de estos juegos olímpicos para México, sin duda alguna, ha sido Ma. Del Rosario, quien se colgó el único metal que le faltaba en estas competencias, por decirlo de alguna manera, para tener la triada de colores, de texturas, de simbolismos y significados, que no hace sino confirmar su empeño, su disciplina, su trabajo y su mentalidad ganadora, y de pilón, a muchos nos contagia de su alegría, de su notable esfuerzo.
En tres ciclos olímpicos en que ha participado, logró mantenerse en los tres primeros sitios de estas justas, que cualquier atleta de alto rendimiento, desearía conquistar, y ella, ella señoras y señores míos, lo consiguió.
En este asunto de los matices, dicen los que analizan esto de la plata y el oro, que no satisface tanto perder el oro —por antonomasia obtener la plata— como ganar el bronce (vaya juego de palabras), pero uno como buen aficionado al deporte olímpico y al espíritu del mismo, celebra el triunfo de María del Rosario al colgarse una medalla más en su disciplina, el taekwondo, en los juegos cuya sede corresponde a los dominios de “La chica de Ipanema”.
¡Albricias! Ha confirmado su lugar en el olimpo del deporte mexicano la María de todas las Marías del deporte mexicano: María del Rosario Espinoza.



Sé de Lupita, lo que muchos supimos de ella, por aquella imagen dramática de los panamericanos en Toronto, el año pasado, cuando al cruzar la meta como campeona panamericana, prácticamente, se desfalleció. Y aunque su corta carrera en la marcha mexicana estaba respaldada por triunfos importantes, la verdad es que no muchos tenían esperanzas en ella o dicho con palabras más reales, pocos creían en sus posibilidades de subirse al podio.
De las dos Marías, de las dos grandes mujeres que han puesto su gramo de trabajo, su cuota de alegría, su ejemplo destacado, quizás María Guadalupe González sea el mejor paradigma de que la cosecha siempre será buena cuando se trabaja pese a todo y contra todo: las lesiones, los agnósticos, los detractores, la falta de patrocinios (a pesar de sus logros) y desde luego, las compañeras de oficio —no hay que olvidar que reventó a dos de la chinas que venían trabajando en equipo para reventarla a ella—.
Desde el banderazo de inicio, Lupita tomó la punta y jamás la soltó, y sin ser experto ni mucho menos, me parece que la china se la jugó al final y el juez no se atrevió a descalificarla porque la inercia que traía al cruzar la meta no era la de la marcha, sino la de una carrera. En fin, es solo el punto de vista de un connacional (con todo el sesgo que implica dicha apreciación) que se enamoró de la competencia que dio una mexicana, una compatriota que se convirtió en la número dos del mundo, que no es poca cosa.

Enhorabuena por Lupita, por la Guadalupe de Río 2016, por la Guadalupe de los mexicanos amantes del deporte olímpico.

En estas olimpiadas, el nombre de María, adquirió un nuevo significado: el del trabajo, el esfuerzo y la plata.

Para terminar, aquí la crónica rimada de ese día:

Marchó con el destello de la plata
marchó como una auténtica gacela,
tres chinas la escoltaban en su meta:
el oro olímpico en Brasil —la caminata—

y Liu, trotando... se quedó, esa presea.