Hay un
sistema que aniquila al ciudadano
jugando
sucio, sin cuartel, a la República:
sus cartas
son la corrupción —privada y pública—
y un clan
mafioso que se vende como hermano.
No queda
sino denunciar con firme mano
a quien se ha
puesto el antifaz de promotor
del cambio.
Se dice: “brillante”, el impostor
que solo
quiere usufructuar a su votante;
vulgar
apuesta es su apuesta de tunante
en un país
que no se cansa del traidor.
Pululan hombres
cuyos nombres son sinónimo
de robo, rentas mal
habidas en sus mesas;
en tantos
años de saqueo y de promesas
la impunidad
la han convertido en el antónimo
de corrupción,
y mas si osare algún anónimo
salir del
hoyo hacia la luz del despertar,
no tarda
mucho el gran hermano en acallar
al lego
imbécil que tiró su tratamiento
para seguir
sin cuestionar el juramento
de la Matrix
en donde estamos sin estar.
Y llegan hombres
cuyos nombres son los mismos,
los mismos
nombres que pretenden expatriar;
el big
brother les prende velas en su altar
y, como
esporas, suma zombis sin racismos,
que para
hacer patria, se valen “eufemismos”.
A la
violencia que se sabe es represión;
le dan la
vuelta con la ley y su razón;
y van
confiados colocando a su iguales
en cargos
públicos con rentas colosales.
¿Será que el
pueblo los despida sin pensión?
Existen
hombres cuyos nombres de batalla
son transa y
trampa, por mentar los menos graves;
ya llevan
años engordando bien sus aves
con
democracia y libertad como pantalla.
Le temen
mucho a su enemigo, el más gandalla,
pues amenaza
con quitar sus privilegios:
“abrase oído
semejantes sacrilegios,
abrase visto
tanto odio a cierta clase”.
Un tal
mesías tropical quiere una base
donde conviva
el ser gregario y los egregios.
De mientras,
pongo estas palabras en la arena
a ver si
llega un viento fuerte que las lleve
a un corazón
—quizás a dos— y se rebele
la
indignación, y la conciencia no sea ajena
al vil
ladrón que le succiona cada vena.
Les dejo
aquí, "humildes votos", con mi verso
que ama sembrar
si yo conmigo aún converso
alguna idea
que disculpe este pudor
que me
aparece por creer en el amor
cuando de
sobra sé: no soy ningún converso.
© Gonzalo Reyes
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